Nunca había tenido perros, hasta hace 3 años que un peludín al que sin proponérnoslo o buscarlo llegó a nuestras vidas, su carisma nos atrapó inmediatamente, tan fue así que no hubo modo de decir que no lo adoptaríamos. Siempre he creído que es muy importante que en la familia tengas un amigo peludo (cualquier animalito doméstico) no sólo por la compañía, sino porque de alguna manera les enseñamos a nuestros hijos a ser responsables, a respetar el espacio de otros seres vivos, y en muchos casos es la oportunidad de que vivan y asimilen la muerte de un ser querido.
La bienvenida del perrijo…
Cuando lo llevamos por primera vez a casa, estábamos eligiendo sunombre, no había forma de decidirnos; así que como él era de raza yorkshire pues buscábamos un nombre con esa categoría mi hija deseaba como de realeza, estábamos entre rey, duque, conde, príncipe, entre otros. Y por otro lado buscaba yo otro nombre pero que fuera especial y único. Dentro de los cuales apareció “Fitzgerald”. El sólo pronunciarlo y decírselo automáticamente él se me acercó y movió su colita, para mí fue un “sí, ese me gusta” y así fue como entre mi hija y yo lo nombramos “Duque Fitzgerald I”. Para muchos un nombre que no era apropiado para un perro, difícil de pronunciar y que según los expertos nunca se lo iba a aprender o iba a obedecer. Pero para nosotros era perfecto, y él se lo apropio tanto que día a día nos demostró cuan inteligente era y que le encantaba su nombre.
Desde que llegó a nuestras vidas, a donde fuéramos él iba con nosotros, siempre bajo mi brazo. Iba a las casas de la familia y amigos (cuando se podía claro), porque era indiscutible que él era parte de la familia. En ocasiones lo llevábamos a fiestas de niños, jugaba con ellos a las atrapadas o a las escondidas, le encantaba el columpio y la resbaladilla. Era la sensación en parques y fiestas. Me daba risa cómo los amiguitos de Vale (mi hija mayor) cuando iban a buscarla a la casa me decían “Señora deja a Vale y a Fitzgerald salir a jugar”, los dos se me quedaban viendo como preguntando “¿Sí podemos?” y al pronunciarles “si, está bien” ahí iban los dos disparados y como buenos hermanos, cuidándose y jugando. Cuando Vale salía en bici, él ya sabía que su lugar era la canastilla de enfrente y ahí lo ponía, con la velocidad el viento hacia que su pelo de la cara y su lengua flotaran (supongo eso le encantaba porque en el auto hacía lo mismo)
En la privada donde vivíamos era superconocido, todos lo saludaban “adiós Fitzgerald”, y él siempre orgulloso respondía “guau, guau” ¡ja! me daba risa. También cuando se me escapaba, ya que me daba cuenta le chiflaba y rápido venía, pero a cierta distancia frenaba e inclinaba su cabecita cómo diciendo “chín, me van a regañar” y ya entraba todo agachado como pidiendo perdón. Ya nada mas le decía ¡Ándele, métase! y sin decirle más nada se iba a su cama autocastigado.
Fue muy inteligente y dentro de las cosas que aprendió a hacer fueron las órdenes: sentado, quieto, go, la patita, giraba, se hacía el muerto, decía “mas”, hacía “ojitos”, daba “Kiss”, en fin nunca dejaba de sorprendernos las cosas que aprendía… eso sí cuando se quedaba sólo en casa nunca aprendió a ir al baño donde debía :(. También todas las mañanas le decía “despierta a Vale que ya se va a la escuela” y rápido se paraba a lamerle la cara y según él la pateaba de la espalda para tirarla. ¡Ah como me reía de eso!
Mi doula y el nano de mis hijos…
Cuando me enteré que estaba embarazada de mi segundo hijo, siempre estuvo como enojoncito conmigo, nunca me había gruñido y en esa época lo hacía muy seguido, algunos me decían que era por el embarazo y otros porque a lo mejor sentía algo raro. Esa época si que sufrí también con mi hija mayor, cómo que les dio fuerte eso de los celos del hermanito. Además, tuvimos muchos cambios entre ellos mudanza de ciudad, otra perrita que era su hija y mi bebé. A causa del estrés sufrió desde entonces una gastroenteritis, según el veterinario por melindroso, corajudo y nervioso.
Recuerdo que cuando me dieron los dolores de parto y al momento de romper la fuente, él nunca se me despegó. Ahí estuvo junto a mi, buscándome mi mano, oliendome. Si me sentaba en una silla, estiraba sus patitas para que lo pusiera en mi regazo. Cuando me acostaba en la cama se subía y se acurrucaba entre mis brazos, cuando estaba en el baño estaba como guarura esperando a que saliera, recostado asomándose entre la rendija de la puerta o rascando para que le abriera. Siempre trataba de acercarse a mi cara y con sus ojitos me decía todo, que “él quería cuidarme” se acurrucaba bajo mi brazo. Fue sensacional, lo acariciaba en la cabecita pero él insistía en que lo mantuviera a mi lado. Hacía un gemido que nunca había escuchado, sobre todo cuando me venía una contracción fuerte. Se acercaba a mi cara recargándose en mi hombro o espalda, son una raza muy pequeña así que prácticamente apenas y alcanzaba, como que no hallaba qué era lo que podía hacer. Mi maestra de psicoprofiláctico, ya en el hospital, me dijo que él fue mi doula, que su instinto era ayudarme a tranquilizarme por eso quería que lo acariciara. ¡Qué maravillosa es la naturaleza, verdad!
Ya cuando regresé del hospital, era tanta su emoción que no tenía otra forma de expresarlo más que llorando, corriendo, brincando de un lado a otro, lo cargaba y no era suficiente para satisfacer tanta felicidad que le daba verme de vuelta, pobrecito seguramente se quedó preocupado al no saber de mi después de que estuvo conmigo apoyándome en las contracciones. Aunque si notó algo raro en la casa, un olor diferente y su curiosidad no paró hasta que encontró a mi bebé en la cuna. Le ladraba, lo olía, en fin, quería saber qué era. Esta etapa de la llegada del bebé no lo aceptó tan rápido, se puso tristón y de repente me hacia huelga de hambre, tenía que darle de comer en el hocico. Ya después, cuando Leo tenía 3 meses tenía una carreola que también era mecedora y le enseñé a Fritzgy que arrullara al niño, ¡Sí, es verdad! Se paraba en una orilla de la carreola y la empujaba para que se meciera, y cuando le daba la órden “¡arrúllalo Fritzgy!” empezaba a aullar, así que se convirtió en el “nano” de mi hijo. Ya desde ahí aceptó muy bien a mi Leo quién después le encantaba jugar con él, pero Fritzgy como buen “nano” cuando se despertaba me avisaba y cuando hacia travesuras le ladraba.
Gracias al bendito fular, los paseos de Fritzgy nunca terminaron. Ya que al tener las manos libres me era posible cargar a mi bebé y darle su paseo matutino y a la hora de ir por Vale a la escuela. Además de que claro, antes de dormir le daba su vuelta solamente que esta vez éramos sólo él y yo, era un tiempo exclusivo de nosotros (supongo su momento más feliz, porque siempre platicaba con él y no me compartía con nadie) Lo que más recuerdo de esos paseos era donde se encontraba con perros más grandes y les ladraba como si no fuera una “pulga amaestrada” siempre le decía “¡qué nunca te has visto al espejo!”… Era un perrito chiquito pero de un autoestima enoooorme.
La despedida…
En fin, como verán Fritzgerald formó parte de mi vida de una manera que me ha marcado para siempre… el término perrijo es tan válido y cierto porque esos peludínes tienen tanta o más capacidad de amor para dar. Desafortunadamente, su gastroenteritis se agravó hasta convertirse en una úlcera y después en una peritonitis séptica que su pequeño cuerpo no aguanto más y no hubo más remedio que dormirlo, ha sido lo más difícil que he hecho… tomar la decisión y después asimilarlo. Afortunadamente me dieron la oportunidad de estar ahí con él, acariciarlo hasta el final… lo tuve en mis brazos todo el tiempo, diciéndole todo lo que lo quería y cuánto lo íbamos a extrañar. Siempre he creído que si así como la vida se recibe con tanta alegría y en lo posible rodeado de las personas que más quieres, la despedida debe ser igual de dignificante y al lado de quienes te amaron. En la clínica veterinaria estuvo además de mi hija y mi marido, mi hermano y mis padres acompañándonos en este doloroso momento. Tuve la fortaleza de hablarle siempre con la verdad a mi hija, de decirle lo que significa la muerte y en este caso con nuestro Fritzgy, que ella decidiera si se despedía por última vez por que ya no lo veríamos más, fue duro pero considero que la muerte no debe ser un tabú y que lo más sano es que nuestros hijos sepan su significado, vivan su duelo y entiendan de alguna manera el ciclo de la vida.
Aunque sé que este espacio lo cree para hablar temas sobre maternidad, no podía dejar a un lado a uno de mis hijos el único peludo de mi casa… mi perrito “Fritzgy”. Este post se lo dedico con todo mi amor a él quien fuera mi más fiel amigo, perrijo y perrihermano. Que en paz descanse mi peludín que ahora está en el cielo de los perros… 😥